Conocer el origen etimológico de una palabra es asomarse a todo un universo de datos curiosos y maravillosas casualidades. No podemos asegurar que todas las palabras tengan un sentido, porque en realidad hay muchas que surgen de forma espontánea, de manera arbitraria incluso. Otras, sin embargo, van encontrando su sentido con el paso del tiempo, tomándolo de alguna expresión antigua que se moderniza. En el sexo, un campo semántico lleno de eufemismos arraigados desde hace décadas, hemos podido encontrar también un montón de palabras de este tipo. La relación entre prácticas sexuales y nombres de animales también es bastante habitual. Al final, el sexo saca nuestro lado más instintivo, y es lógico que muchas veces tomemos como referencia ese tipo de términos para referirnos a una postura o a un tipo de acción morbosa. ¿Quién no conoce la postura del perrito? Se le puede llamar de muchas formas, pero al final ese término se ha quedado grabado en nuestro cerebro.
También ocurre lo mismo cuando queremos designar a las trabajadoras sexuales. Mujeres que ofrecen sexo a cambio de dinero y se ganan la vida de esa manera, como ha habido siempre, por más que queramos mirar para otro lado. La prostitución ha existido de toda la vida en casi cualquier parte del mundo, aunque eso tampoco es una justificación para que se abuse de ella. Las mujeres han entendido que tenían potencial para poder vivir de sus cuerpos y lo han aprovechado, pero en otros casos, han sido los hombres, a través de mafias, los que se han aprovechado de ellas. Este tipo de mujeres, las que han decidido por su propia voluntad ejercer como prostitutas, siempre han tenido muy mala fama. El sesgo moral ha hecho que se las margine y se las señale, poniéndoles todo tipo de nombres, desde los más crudos hasta los eufemismos más clásicos. Depende de a quien le preguntas, una prostituta puede ser una puta, una mujer de la calle o una chica de “moral distraía”. La nomenclatura de los lugares donde trabajaban también tiene su punto curioso, y por eso hoy vamos a centrarnos en la palabra lupanar, cuyo origen es muy revelador.
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La prostitución en la Antigua Roma
La palabra lupanar surge en la Antigua Roma, una civilización que sirvió como base para buena parte de la sociedad occidental actual. El imperio romano dominó durante los primeros siglos de nuestra era, creando toda una serie de conceptos que se han mantenido hasta ahora. La prostitución en Roma era vista como un mal menor, ya que el deseo sexual de los romanos era imperante, pero no así el trabajo de prostituta como tal. Es decir, los romanos pensaban que el varón tenía un fuerte deseo de tener sexo con las mujeres, y para evitar abusos a chicas más nobles o de alta alcurnia, permitía que las de menor calaña trabajasen como prostitutas. Era, para ellas, una forma de sobrevivir, sobre todo cuando venían de lejos o eran vendidas como esclavas. Las prostitutas no eran bien vistas en Roma, por tanto, tenían que buscar una manera de llamar la atención relativamente sutil, para mostrar a los clientes dónde podían encontrarlas.
Lupas o lupanas, las trabajadoras sexuales
En la Antigua Roma, a las prostitutas se las conocía como lupas. Esta palabra tiene un doble significado en el latín de la época. Por un lado, su descripción literal hace referencia a loba, el animal. Sin embargo, la palabra terminó atribuyéndose más a las rameras que a las hembras del lobo, por una curiosa historia. Se dice que en aquellos tiempos, cuando caía la noche, las mujeres de la calle aullaban como si fueran lobas para que los clientes pudieran localizarlas en las calles de la ciudad. De esta manera, si un varón quería tener sexo con una prostituta, solo tenía que seguir los aullidos de las lupas. Así es como llegaría al lupanar, palabra que significa, literalmente, “donde viven las lobas”.
La historia de la fundación de la propia Roma también tiene relación con este término. Seguro que habrás escuchado en más de una ocasión que la gran ciudad italiana fue fundada por dos gemelos, Rómulo y Remo, que al ser abandonados en el bosque sobrevivieron gracias a que una loba los amamantó. Es un mito, evidentemente, como muchos de los que se utilizan para hablar de las fundaciones de las ciudades. Sin embargo, hay quien apunta que en realidad, los gemelos sí que fueron amamantados y cuidados por una lupa… solo que no era precisamente una loba, sino una prostituta. Parece que en su momento era más fácil creer que unos hermanos humanos fueron cuidados por un animal salvaje que evidenciar que habían sido criados por una mujer de la calle.
Burdeles en la ciudad
En Roma existían decenas de burdeles, muchos de ellos legales, otros clandestinos. Los que estaban “aprobados” por el Imperio se ubicaban en zonas algo alejadas de los mercados, para que la prostitución estuviera al margen de la luz pública. Sin embargo, había también tabernas y foros que funcionaban como lupanares clandestinos. Cuando caía la noche, el aullar de las mujeres marcaba el camino para los varones que querían llegar a estos lugares. Tiempo después, los faroles rojos cumplirían esta misma misión, marcando el lugar de encuentro de las prostitutas y los clientes. Los lupanares eran, por tanto, burdeles en los que podías disfrutar del placer de una de estas profesionales del sexo.
Los burdeles se expandieron durante un tiempo, aunque luego llegó la prohibición de la prostitución, cuando la religión comenzó a tomar el mando del propio Imperio. El sexo fuera del matrimonio, o simplemente por placer, comenzó a considerarse algo malo desde el punto de vista moral. Las mujeres que practicaban la prostitución eran un peligro para la moralidad de la ciudad, así que se las arrinconó y se las obligó a llevar una vida de clandestinidad. La prostitución nunca dejó de estar presente en Roma, pero los lupanares se convirtieron en lugares mucho más oscuros y ocultos. Sin embargo, las élites seguían disfrutando de ellos, o más bien, conseguían llevar a las prostitutas más destacadas a sus palacios y casas, evitando así tener que salir a la calle.
Un término que ha llegado a nuestros días
Como hemos visto al principio, el terreno sexual está repleto de eufemismos, algo lógico por otra parte, al ser un tema tabú. Se buscan palabras que puedan suplir a las que ya tienen una connotación demasiada clara y negativa. Por ejemplo, llamar señoritas de compañía a las prostitutas, o aludir a lupanares en lugar de prostíbulos. A estas alturas, cualquier persona con un poco de cultura sabe perfectamente lo que es un lupanar, pero queda mejor decir eso que no burdel, por ejemplo. Los lupanares mantienen su misma función pero han cambiado por completo en su interior. Seguramente, las chicas que trabajan allí ya no se identifican como lobas. Por supuesto, ya no tienen que aullar para atraer a los clientes. Los tiempos cambian, pero es curioso, el deseo de sexo se mantiene, y con él, también la prostitución en muchas de sus formas.